martes, 2 de diciembre de 2008

La defensa de la ciudadela

En toda la obra de Montaigne he encontrado una única fórmula, una única afirmación categórica, siempre repetida: “La cosa más importante del mundo es saber ser uno mismo”. Ni una posición en el mundo, ni los privilegios de la sangre o del talento hacen la nobleza del hombre, sino el grado en que consigue preservar su personalidad y vivir su propia vida. Por eso, el arte más elevado entre todos es el de la conservación de uno mismo: “Entre las artes liberales, empecemos por el arte que nos hace libres”, y nadie lo ha ejercitado mejor que él. Por un lado parece una aspiración muy modesta, pues a primera vista nada sería más natural que el hombre se sintiera inclinado a “conducir él mismo su vida siguiendo su disposición natural”. Pero, bien mirado, ¿hay algo más difícil en realidad?

Pero Montaigne no prescribe reglas. Sólo pone un ejemplo, el suyo, de cómo trata de liberarse siempre de todo lo que lo refrena, lo molesta o lo limita. Se puede intentar escribir una lista:
liberarse de la vanidad y del orgullo, que es tal vez lo más difícil,
liberarse del miedo y de la esperanza,
de las convicciones y de los partidos,
de las ambiciones y de toda forma de codicia,
vivir libre, como la propia imagen reflejada en el espejo,
del dinero y de toda clase de afán y de concupiscencia,
de la familia y del entorno,
de fanatismos, de toda forma de opinión estereotipada,
de la fe en los valores absolutos.

Aquí se ha querido ver una negación absoluta de la vida, a un hombre que se despega de todo, que vive en el vacío, que duda de todo. Así lo ha descrito Pascal: como l’homme que se dénoue partout, el hombre que se desprende de todo y no se ata a nada. Nada más falso. Montaigne ama la vida con desmesura. El único miedo que siente es el miedo a la muerte. Y ama todo en la vida tal como es: “No hay nada inútil en la naturaleza, ni siquiera la inutilidad. Nada existe en el universo que no tenga su lugar oportuno”.

Así, la actitud de Montaigne frente a la vida, como la de todos los librepensadores, desemboca en la tolerancia. Quien reclama para sí el derecho a la libertad de pensamiento reconoce el mismo derecho para todos, y nadie lo ha respetado más que Montaigne.

Quien piensa libremente, respeta toda libertad sobre la tierra.
Stefan Zweig
Montaigne

Ley de vida

Una de las misteriosas leyes de la vida es que descubrimos siempre tarde sus auténticos y más esenciales valores: la juventud, cuando desaparece; la salud, tan pronto como nos abandona, y la libertad, esa esencia preciosísima de nuestra alma, sólo cuando está a punto de sernos arrebatada o ya nos ha sido arrebatada.
Stefan Zweig
Montaigne

lunes, 1 de diciembre de 2008

Porque ya es diciembre



Pues por eso y porque llevo toda la mañana con esta canción dentro y me apetecía compartirla.