En toda la obra de Montaigne he encontrado una única fórmula, una única afirmación categórica, siempre repetida: “La cosa más importante del mundo es saber ser uno mismo”. Ni una posición en el mundo, ni los privilegios de la sangre o del talento hacen la nobleza del hombre, sino el grado en que consigue preservar su personalidad y vivir su propia vida. Por eso, el arte más elevado entre todos es el de la conservación de uno mismo: “Entre las artes liberales, empecemos por el arte que nos hace libres”, y nadie lo ha ejercitado mejor que él. Por un lado parece una aspiración muy modesta, pues a primera vista nada sería más natural que el hombre se sintiera inclinado a “conducir él mismo su vida siguiendo su disposición natural”. Pero, bien mirado, ¿hay algo más difícil en realidad?
…
Pero Montaigne no prescribe reglas. Sólo pone un ejemplo, el suyo, de cómo trata de liberarse siempre de todo lo que lo refrena, lo molesta o lo limita. Se puede intentar escribir una lista:
liberarse de la vanidad y del orgullo, que es tal vez lo más difícil,
liberarse del miedo y de la esperanza,
de las convicciones y de los partidos,
de las ambiciones y de toda forma de codicia,
vivir libre, como la propia imagen reflejada en el espejo,
del dinero y de toda clase de afán y de concupiscencia,
de la familia y del entorno,
de fanatismos, de toda forma de opinión estereotipada,
de la fe en los valores absolutos.
…
Pero Montaigne no prescribe reglas. Sólo pone un ejemplo, el suyo, de cómo trata de liberarse siempre de todo lo que lo refrena, lo molesta o lo limita. Se puede intentar escribir una lista:
liberarse de la vanidad y del orgullo, que es tal vez lo más difícil,
liberarse del miedo y de la esperanza,
de las convicciones y de los partidos,
de las ambiciones y de toda forma de codicia,
vivir libre, como la propia imagen reflejada en el espejo,
del dinero y de toda clase de afán y de concupiscencia,
de la familia y del entorno,
de fanatismos, de toda forma de opinión estereotipada,
de la fe en los valores absolutos.
Aquí se ha querido ver una negación absoluta de la vida, a un hombre que se despega de todo, que vive en el vacío, que duda de todo. Así lo ha descrito Pascal: como l’homme que se dénoue partout, el hombre que se desprende de todo y no se ata a nada. Nada más falso. Montaigne ama la vida con desmesura. El único miedo que siente es el miedo a la muerte. Y ama todo en la vida tal como es: “No hay nada inútil en la naturaleza, ni siquiera la inutilidad. Nada existe en el universo que no tenga su lugar oportuno”.
…
Así, la actitud de Montaigne frente a la vida, como la de todos los librepensadores, desemboca en la tolerancia. Quien reclama para sí el derecho a la libertad de pensamiento reconoce el mismo derecho para todos, y nadie lo ha respetado más que Montaigne.
…
Quien piensa libremente, respeta toda libertad sobre la tierra.
Stefan Zweig
Montaigne