No sé si las peregrinaciones a los santuarios de personas famosas deberían condenarse por ser unos viajes sentimentales. … La curiosidad sólo es legítima cuando la casa de un gran escritor o el país en que se encuentra añade algo a nuestra comprensión de sus libros. Esto justificaría una peregrinación a la casa y el paisaje de Charlotte Brontë y sus hermanas.
… La Vida, de Mrs. Gaskell, nos procura la impresión de que Haworth y las Brontë de alguna manera están inextricablemente entrelazadas. Haworth es una expresión de las Brontë y las Brontë son una expresión de Haworth: encajan como un caracol dentro de su cáscara. Yo no soy quién para preguntar hasta qué punto lo que nos rodea afecta el pensamiento de la gente: superficialmente, la influencia es grande, pero vale la pena preguntarse si, en caso de que la famosa rectoría hubiese estado emplazada en un barrio pobre de Londres, las guaridas de Witechapel no hubieran dado el mismo resultado que los solitarios páramos del condado de York.
… En lo alto del páramo, y a un lado, hay una larga hilera de casas que se arraciman alrededor de la iglesia y la vicaría con un pequeño grupo de árboles. En la cima, el interés para un amante de las Brontë se hace súbitamente intenso. La iglesia, la rectoría, el Museo Brontë, el colegio donde enseñó Charlotte, y el Bull Inn donde bebió Branwell se encuentran a un tiro de piedra respectivamente. El museo es, al menos en parte, una pálida e inanimada colección de objetos. Debería hacerse un esfuerzo para mantener ciertas cosas fuera de estos mausoleos, pero a menudo hay que elegir entre éstos y la destrucción, por lo que debemos estar agradecidos al cuidado con que se ha preservado mucho de lo que es, en todos los conceptos, de gran interés. Hay allí varias cartas manuscritas, dibujos a lápiz y otros documentos. Pero la vitrina más conmovedora -tan conmovedora que casi sientes reverencia al contemplarla- es la que contiene pequeñas reliquias personales, vestidos y zapatos de las difuntas mujeres. El destino natural de semejantes objetos es que mueran antes que el cuerpo que los vistió, y porque éstos, aunque insignificantes y fugaces, han sobrevivido, la mujer Charlotte Brontë cobra vida y uno olvida el hecho básicamente memorable de que era una gran escritora. Sus zapatos y sus vestidos de ligera muselina la han sobrevivido. Otro objeto nos impresiona: el pequeño taburete de roble que Emily llevaba consigo en sus solitarios vagabundeos por los páramos, y en el que no se sentaba para escribir, según dicen, sino para pensar, lo que probablemente era mejor que su escritura.
… La casa en sí es exactamente la misma que era en tiempos de Charlotte, excepto que le han añadido otra ala. Es fácil advertir la existencia de ésta, y la rectoría aparece cuadrada, como una caja, construida con la piedra marrón amarillenta que se extrae de los páramos que hay detrás, exactamente como era cuando Charlotte vivió y murió aquí. Naturalmente, en el interior hay muchos cambios, aunque no tantos como para oscurecer la forma original de las habitaciones. No existe nada notable en una rectoría de plena época victoriana, aun cuando la ocupara un genio, y la única estancia que despierta curiosidad es la cocina, que ahora se utiliza como antecámara, en la que deambulaban las muchachas mientras concebían su obra.
…“El aguijón de la muerte es el pecado, y la potencia del pecado, la ley. Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo.” Es la inscripción colocada entre sus nombres, y con razón; porque por dura que fuera la lucha, Emily, y Charlotte por encima de todos, lucharon por la victoria.
Virginia Woolf
Viajes y viajeros
… La Vida, de Mrs. Gaskell, nos procura la impresión de que Haworth y las Brontë de alguna manera están inextricablemente entrelazadas. Haworth es una expresión de las Brontë y las Brontë son una expresión de Haworth: encajan como un caracol dentro de su cáscara. Yo no soy quién para preguntar hasta qué punto lo que nos rodea afecta el pensamiento de la gente: superficialmente, la influencia es grande, pero vale la pena preguntarse si, en caso de que la famosa rectoría hubiese estado emplazada en un barrio pobre de Londres, las guaridas de Witechapel no hubieran dado el mismo resultado que los solitarios páramos del condado de York.
… En lo alto del páramo, y a un lado, hay una larga hilera de casas que se arraciman alrededor de la iglesia y la vicaría con un pequeño grupo de árboles. En la cima, el interés para un amante de las Brontë se hace súbitamente intenso. La iglesia, la rectoría, el Museo Brontë, el colegio donde enseñó Charlotte, y el Bull Inn donde bebió Branwell se encuentran a un tiro de piedra respectivamente. El museo es, al menos en parte, una pálida e inanimada colección de objetos. Debería hacerse un esfuerzo para mantener ciertas cosas fuera de estos mausoleos, pero a menudo hay que elegir entre éstos y la destrucción, por lo que debemos estar agradecidos al cuidado con que se ha preservado mucho de lo que es, en todos los conceptos, de gran interés. Hay allí varias cartas manuscritas, dibujos a lápiz y otros documentos. Pero la vitrina más conmovedora -tan conmovedora que casi sientes reverencia al contemplarla- es la que contiene pequeñas reliquias personales, vestidos y zapatos de las difuntas mujeres. El destino natural de semejantes objetos es que mueran antes que el cuerpo que los vistió, y porque éstos, aunque insignificantes y fugaces, han sobrevivido, la mujer Charlotte Brontë cobra vida y uno olvida el hecho básicamente memorable de que era una gran escritora. Sus zapatos y sus vestidos de ligera muselina la han sobrevivido. Otro objeto nos impresiona: el pequeño taburete de roble que Emily llevaba consigo en sus solitarios vagabundeos por los páramos, y en el que no se sentaba para escribir, según dicen, sino para pensar, lo que probablemente era mejor que su escritura.
… La casa en sí es exactamente la misma que era en tiempos de Charlotte, excepto que le han añadido otra ala. Es fácil advertir la existencia de ésta, y la rectoría aparece cuadrada, como una caja, construida con la piedra marrón amarillenta que se extrae de los páramos que hay detrás, exactamente como era cuando Charlotte vivió y murió aquí. Naturalmente, en el interior hay muchos cambios, aunque no tantos como para oscurecer la forma original de las habitaciones. No existe nada notable en una rectoría de plena época victoriana, aun cuando la ocupara un genio, y la única estancia que despierta curiosidad es la cocina, que ahora se utiliza como antecámara, en la que deambulaban las muchachas mientras concebían su obra.
…“El aguijón de la muerte es el pecado, y la potencia del pecado, la ley. Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo.” Es la inscripción colocada entre sus nombres, y con razón; porque por dura que fuera la lucha, Emily, y Charlotte por encima de todos, lucharon por la victoria.
Virginia Woolf
Viajes y viajeros