martes, 17 de marzo de 2009

Movistar 1 y 2



¡Ellos otra vez!
Me encantan.


La mirada

Los ojos de los seres vivos poseen la más sorprendente de las virtudes: la mirada. No existe nada tan singular. De las orejas de las criaturas no decimos que poseen una “escuchada”, ni de sus narices que poseen una “olida” o una “aspirada”.
¿Qué es la mirada? Ninguna palabra puede aproximarse a su extraña esencia. Y, sin embargo, la mirada existe. Incluso podría decirse que pocas realidades existen hasta tal punto.
¿Cuál es la diferencia entre los ojos que poseen una mirada y los ojos que no la poseen? Esta diferencia tiene un nombre: la vida. La vida comienza donde empieza la mirada.

La mirada es una elección. El que mira decide fijarse en algo en concreto y, por consiguiente, a la fuerza elige excluir su atención del resto de su campo visual, Ésa es la razón por la cual la mirada, que constituye la esencia de la vida, es, en primera instancia, un rechazo.
Amélie Nothomb
Metafísica de los tubos

domingo, 8 de marzo de 2009

martes, 3 de marzo de 2009

Con la soga al cuello de Flavia Company

Cuando supe que Flavia Company publicaría el libro de relatos Con la soga al cuello, inevitablemente recordé y releí ese otro libro que bajo el mismo título escribió Joseph Conrad. Y si Joseph Conrad pone al capitán Whalley en una situación extremadamente difícil, también lo hace Flavia Company con cada uno de los personajes de los diecinueve relatos que conforman su libro. Un guiño exquisito de la autora hacia Conrad al elegir este título.

Flavia Company consigue tocar una fibra distinta del lector en cada historia y una no puede menos que sentirse al borde del abismo, acompañando a los protagonistas, mientras lee. No se sale inmune de esta lectura y es la habilidad de la escritora quien nos guía a través de vidas que a veces nos dibujan una sonrisa y otras nos ensombrecen la frente. Nadie está a salvo de lo que sucede en esas páginas.

Escribe Martine Silber: “La fuerza de las palabras y de la escritura es tal que no se puede dejar de leer.” (Le Monde des Livres) y es cierto, puede que cerremos un instante el libro al terminar una de las historias y nos quedemos pensativos, pero volvemos a abrirlo con el ansia de saber qué ocurre en el siguiente espejo de esos fragmentos de vida que Flavia Company nos muestra.

Soy incapaz de elegir una sola historia, incapaz también de copiar un solo fragmento porque la elección es difícil y porque cada lector acabará, como yo, sintiendo cierta afinidad, cierta inquietud y sobre todo una conmovedora ternura por los personajes que dan vida a Con la soga al cuello.

lunes, 2 de marzo de 2009

Novelistas

Entre las distintas especies de artistas, como es sabido, el escritor de narrativa es el más denostado por el público. Los pintores y los músicos caen más o menos bien, porque no se ocupan de lo que todos saben, mientras que el novelista escribe sobre la vida, y basta con que alguien viva para que se considere una autoridad en la materia.
Flannery O’Connor

jueves, 19 de febrero de 2009

Haworth: noviembre de 1904

No sé si las peregrinaciones a los santuarios de personas famosas deberían condenarse por ser unos viajes sentimentales. … La curiosidad sólo es legítima cuando la casa de un gran escritor o el país en que se encuentra añade algo a nuestra comprensión de sus libros. Esto justificaría una peregrinación a la casa y el paisaje de Charlotte Brontë y sus hermanas.
… La Vida, de Mrs. Gaskell, nos procura la impresión de que Haworth y las Brontë de alguna manera están inextricablemente entrelazadas. Haworth es una expresión de las Brontë y las Brontë son una expresión de Haworth: encajan como un caracol dentro de su cáscara. Yo no soy quién para preguntar hasta qué punto lo que nos rodea afecta el pensamiento de la gente: superficialmente, la influencia es grande, pero vale la pena preguntarse si, en caso de que la famosa rectoría hubiese estado emplazada en un barrio pobre de Londres, las guaridas de Witechapel no hubieran dado el mismo resultado que los solitarios páramos del condado de York.
… En lo alto del páramo, y a un lado, hay una larga hilera de casas que se arraciman alrededor de la iglesia y la vicaría con un pequeño grupo de árboles. En la cima, el interés para un amante de las Brontë se hace súbitamente intenso. La iglesia, la rectoría, el Museo Brontë, el colegio donde enseñó Charlotte, y el Bull Inn donde bebió Branwell se encuentran a un tiro de piedra respectivamente. El museo es, al menos en parte, una pálida e inanimada colección de objetos. Debería hacerse un esfuerzo para mantener ciertas cosas fuera de estos mausoleos, pero a menudo hay que elegir entre éstos y la destrucción, por lo que debemos estar agradecidos al cuidado con que se ha preservado mucho de lo que es, en todos los conceptos, de gran interés. Hay allí varias cartas manuscritas, dibujos a lápiz y otros documentos. Pero la vitrina más conmovedora -tan conmovedora que casi sientes reverencia al contemplarla- es la que contiene pequeñas reliquias personales, vestidos y zapatos de las difuntas mujeres. El destino natural de semejantes objetos es que mueran antes que el cuerpo que los vistió, y porque éstos, aunque insignificantes y fugaces, han sobrevivido, la mujer Charlotte Brontë cobra vida y uno olvida el hecho básicamente memorable de que era una gran escritora. Sus zapatos y sus vestidos de ligera muselina la han sobrevivido. Otro objeto nos impresiona: el pequeño taburete de roble que Emily llevaba consigo en sus solitarios vagabundeos por los páramos, y en el que no se sentaba para escribir, según dicen, sino para pensar, lo que probablemente era mejor que su escritura.
… La casa en sí es exactamente la misma que era en tiempos de Charlotte, excepto que le han añadido otra ala. Es fácil advertir la existencia de ésta, y la rectoría aparece cuadrada, como una caja, construida con la piedra marrón amarillenta que se extrae de los páramos que hay detrás, exactamente como era cuando Charlotte vivió y murió aquí. Naturalmente, en el interior hay muchos cambios, aunque no tantos como para oscurecer la forma original de las habitaciones. No existe nada notable en una rectoría de plena época victoriana, aun cuando la ocupara un genio, y la única estancia que despierta curiosidad es la cocina, que ahora se utiliza como antecámara, en la que deambulaban las muchachas mientras concebían su obra.
…“El aguijón de la muerte es el pecado, y la potencia del pecado, la ley. Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo.” Es la inscripción colocada entre sus nombres, y con razón; porque por dura que fuera la lucha, Emily, y Charlotte por encima de todos, lucharon por la victoria.
Virginia Woolf
Viajes y viajeros

martes, 17 de febrero de 2009

Un poema de Antonio Martín

Yo creo que un día
encontré lo que buscaba:

en árbol, cuando recogí una fruta,
en mujer, cuando me enamoré,

en rama, cuando me subía a los árboles,
en mesa, cuando disfruto de manjares y compañía,
en pájaro, cuando vuelo por el pensamiento,
en ojos, cuando la miro,
en palabras, cuando le hablo y me habla.

Yo quiero vivir muchos años.
Antonio Martín Ortiz

lunes, 16 de febrero de 2009

Yo creo que algún día

Yo creo que algún día
he de encontrar lo que busco,
en árbol, en mujer,
en rama, mesa, pájaro,
en ojos, en palabras.
Yo creo que viviré hasta ese día.
Susana Thénon


Es mi último descubrimiento en poesía.
Os dejo este enlace.

viernes, 13 de febrero de 2009

Rowena

Rowena, nuestra lady Rowena (sir Walter Scott ocupaba un lugar preponderante en las lecturas de David y Deborah) alcanzó un esplendor regio. Los matices de gris, de blanco, los toques de azul grisáceo brillaban incluso a la luz de la luna. Nos proporcionó un adiestramiento completo. Un bobtail se hace notar, puede ser exigente, de forma amable o altiva, veinticinco horas al día. No es posible expresar con palabras cómo hasta su sueño llenaba la casa de un tibio zumbido, de un grado de presencia que lo invadía todo. Rowena nos enseñó que el pegote que le colgaba de la pata no era una herida abierta -por supuesto habíamos ido corriendo al veterinario muertos del susto- sino simplemente barro helado. Por aquel entonces yo daba clase en el extranjero, yendo y viniendo. Ella se entristecía y se le erizaba el pelo al ver mi equipaje, y acudía excitada a la puerta a la hora a la que yo salía del aeropuerto de Ginebra para regresar a casa (los seres humanos emiten olores de expectación). La despedida tiene su aroma. Los antepasados de Rowena eran los mismos que los de los perros trabajadores que arrean el ganado en las tierras altas galesas. Pero las contritas vacas que veíamos en nuestros paseos por la orilla del río Cam le infundían cierto temor. Los matices de sus actitudes cuando se encontraba con otros perros eran tan variados y jerárquicos como cualquiera que figure en el almanaque Gotha. Reconocía como a su igual a un soberano setter irlandés, exhibía una consideración un tanto condescendiente con el labrador, visiblemente sagaz, que vivía más abajo en nuestra calle. Los perrillos ladradores, los lebreles que aparecían alguna que otra vez y los spaniels suscitaban en ella un desdén más o menos benigno. Los perros tienen pesadillas: Rowena temblaba en sueños, se despertaba perpleja y se agazapaba a mi lado buscando consuelo. La más ligera aflicción podía desencadenar una manifiesta melancolía. No hay una cosa que aflija más en el mundo que ver un bobtail desconsolado o incomprendido. Una vez, y sólo una vez, la llevamos a una residencia canina. Rowena se tumbó en el camino que conducía a la verja y no se movió de allí. Mi mujer y yo nos miramos, culpables, los niños se echaron a llorar, y se acabaron las planeadas vacaciones. Nunca olvidaré el sentencioso semblante de habernos perdonado que lucía la perra al subir de nuevo al coche de un salto. Por lo general, esta exigente raza no vive más de diez o doce años. Mi mujer, que nunca había tenido un cuadrúpedo de ninguna especie, se convirtió en una cuidadora experta y muy perceptiva (¡es también una gran historiadora, pero eso parece más rutinario!). Rowena vivió hasta los dieciséis años. Cuando, en el transcurso de un paseo vespertino, nos hizo ver que sus fuerzas decaían, tuvimos que llevarla a que la sacrificaran. Me faltó el valor por completo. Zara estuvo con ella hasta que se durmió. Después, nos sentamos en el coche, dominados por la pesadumbre. Se había hundido un mundo.
George Steiner
Los libros que nunca he escrito

jueves, 12 de febrero de 2009

Cuadernos

Me gusta mucho Millás como articulista, de vez en cuando lo releo en esta página.
Os dejo mi lectura de hoy.
Y también os dejo este enlace que encontré en el blog de nán.


Los cuadernos venden, por eso ocupan espacios tan visibles en las tiendas de los museos, donde los hay de todas las formas y todos los colores. Los persigo con menos gusto desde que Paul Auster los pusiera de moda en una novela y su captura deviniera en un deporte de masas. Los amaba, en cambio, cuando el resto de la población los detestaba del mismo modo que me amo a mí mismo cuando me insultan, aunque me odio si me halagan. Se trata de una patología muy común, cuyo nombre no me viene ahora mismo a la cabeza. ¿Y qué es lo que tiene dentro un cuaderno? Nada, de ahí su encanto. Si llenaran sus páginas de ecuaciones, recetas de cocina o discursos, no los compraría nadie porque ya no serían cuadernos, sino libros. ¿A quién le interesa un libro? La circunstancia de que estén llenos de nada significa que imaginariamente están llenos de todo.
Conservo un buen número de maquetas de libros que me regalan mis amigos editores. El hecho de que sus páginas permanezcan en blanco significa que están listas para recibir una obra maestra. Hay cierto aire furtivo en la expresión con la que adquirimos un cuaderno y nos lo llevamos a casa. Ahora os vais a enterar, parece que decimos, imaginando ya el momento en el que el bolígrafo se deslizará suavemente por sus páginas levantando un poema genial. Ese momento no llega nunca, por supuesto. Ni falta que hace. Los momentos comienzan a ser un problema cuando llegan. Las aspiraciones cumplidas incluyen, sin excepción, una glándula liberadora de hiel. Y no se vive de ellas. Se vive de las promesas, de las vísperas, de los proyectos. Lo que representa un cuaderno es precisamente un proyecto. Una colección de cuadernos vacíos son, en potencia, unas obras completas magistrales. Así que cuando muera y alguien se haga cargo de mi colección, heredará con ella una obra genial no escrita.
Juan José Millás
El País, 28-12-2007