El deseo trabaja como el viento. Sin esfuerzo aparente. Si encuentra las velas extendidas nos arrastrará a velocidad de vértigo. Si las puertas y contraventanas están cerradas, golpeará durante un rato en busca de las grietas o ranuras que le permitan filtrarse. El deseo asociado a un objeto de deseo nos condena a él. Pero hay otra forma de deseo, abstracta, desconcertante, que nos envuelve como un estado de ánimo. Anuncia que estamos listos para el deseo y sólo nos queda esperar, desplegadas las velas, que sople su viento. Es el deseo de desear.
David Trueba
Saber perder
David Trueba
Saber perder
10 comentarios:
Ya sabes, Nuria, me viene como anillo al dedo.
Un abrazo
Así que Nuria... Ya nos empezamos a conocer (jeje).
Bueno, también está el deseo inverso: el de no desear.
ja, já, error, querida Prima, fue una errata mía: quería poner Nunuaria.
Aunque bien pensado, no sería de extrañar, lo cierto es que no tengo ni idea.
Jajajaja
¡Qué susto!
Me cambiaron el nombre, menos mal que nán lo arregló.
:)
Si es que soy tan impresionable... ¿Dónde quedó el deseo de Trueba?
En las historias entrelazadas que cuenta Trueba en su novela, el deseo es el motor, pero el deseo acaba desdibujándose, replegándose.
Como en la vida.
El deseo no se desdibuja jamás, nos desdibuja, querida Nurianunuaria ;)
No sé yo si estoy muy de acuerdo con la idea de que el deseo "trabaja" como el viento...
Sí, Carmen, el deseo nos desdibuja, pero también se desgasta, se desdibuja. No sé, como todo.
Pues si Flavia, que como regatista es experta en viento, dice: “No sé yo si estoy muy de acuerdo con la idea de que el deseo "trabaja" como el viento…” no seré yo quien diga lo contrario.
Besos a las dos.
También es posible que el deseo se retire sin hacer ruido.
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