…dijo que Flaubert y Du Camp tomaron un barco en Marsella con destino a Alejandría, un barco que se llamaba Nilo, al que subieron la mañana del domingo 4 de noviembre de 1849. El capitán se apellidaba Rey, extraño individuo poco hablador y distante, matizó Griffin haber leído al respecto, y su segundo de a bordo era el teniente Roux, con quien Flaubert enseguida entabló buenas relaciones, mejores que con el propio Du Camp, tan fatuo y vanidoso, como se sabe, puntualizó Griffin. El joven Roux, para entretener a algunos pasajeros, solía relatar viajes por mar y aventuras peligrosas que tenían por escenario el Cabo de Hornos. Sin embargo, a Gustave lo que más le impresionó fue el relato de un hecho trágico protagonizado por un ave, un albatros…
Al parecer contó Roux, según Griffin, que en una de las travesías en bergantín por la Tierra del Fuego en que estuvo el mismo Roux de marino, un hombre cayó al mar, un cirujano de Limoges con el que acababa de jugar a las cartas, y antes de que pudieran hacer nada por él, arrojándole desde la borda un salvavidas, se abatió sobre su cabeza un enorme albatros que a golpes de ala y picotazos lo hundió hasta ahogarlo, y quizá lo hizo -y ésta era la razón que al objeto de aliviar el dramatismo de su relato aducía Roux, dijo Griffin- para vengarse de la muerte del albatros cantada cincuenta años antes por Coleridge en su Rime of the Ancient Mariner. Tal vez por eso, temiendo que algún día se lanzase sobre él el fantasma de ése o de cualquier otro albatros abatido, aquel viaje que hizo Flaubert, terminó Griffin, fue el único en barco que el escritor hizo en toda su vida, y lo describió brevemente, para conjurarlo, en L’Éducation sentimentale, cuando a su alter ego Frédéric Moreau le hace meramente “viajar” y “regresar”, sin que entre ambos hechos existiese nada más que un breve párrafo de tres líneas para dejar constancia sintética de la melancolía de los paquebotes, el frío del amanecer, el vértigo de los paisajes y los efímeros amores interrumpidos.
Adolfo García Ortega
Autómata
Al parecer contó Roux, según Griffin, que en una de las travesías en bergantín por la Tierra del Fuego en que estuvo el mismo Roux de marino, un hombre cayó al mar, un cirujano de Limoges con el que acababa de jugar a las cartas, y antes de que pudieran hacer nada por él, arrojándole desde la borda un salvavidas, se abatió sobre su cabeza un enorme albatros que a golpes de ala y picotazos lo hundió hasta ahogarlo, y quizá lo hizo -y ésta era la razón que al objeto de aliviar el dramatismo de su relato aducía Roux, dijo Griffin- para vengarse de la muerte del albatros cantada cincuenta años antes por Coleridge en su Rime of the Ancient Mariner. Tal vez por eso, temiendo que algún día se lanzase sobre él el fantasma de ése o de cualquier otro albatros abatido, aquel viaje que hizo Flaubert, terminó Griffin, fue el único en barco que el escritor hizo en toda su vida, y lo describió brevemente, para conjurarlo, en L’Éducation sentimentale, cuando a su alter ego Frédéric Moreau le hace meramente “viajar” y “regresar”, sin que entre ambos hechos existiese nada más que un breve párrafo de tres líneas para dejar constancia sintética de la melancolía de los paquebotes, el frío del amanecer, el vértigo de los paisajes y los efímeros amores interrumpidos.
Adolfo García Ortega
Autómata
6 comentarios:
Qué bien escrito y qué atractivo. En pocas líneas, qué capacidad de contar tantas cosas que nos interesan a todos.
nán, es un libro que me ha gustado mucho, es de los que tienen anécdotas sobre escritores y muchas referencias. Un libro de esos que me llevan a profundizar en lo que cuentan. Sí, es un libro bien escrito y atractivo, como dices tú.
Aquí encontrarás más información.
Impresionante el relato y la capacidad para mezclar historias y relatos, no paralelos sino transversales. La verdad, ese pájaro se parece a una de esas harpías que aparecen en la Mitología Griega, que eran aves repugnantes y repelentes. Tdo eso en un bonito relato. Es para leérselo varias veces. Es la única forma de enterarse plenamente de lo que dice, con esa telaraña de eventos. Genial.
Sí, Antonio, es extraordinaria la capacidad que tiene el autor de conectar anécdotas al tiempo que narra la historia.
Me ha fascinado la historia. Si les hubiera pasado en Cádiz hubiera sido una gaviota la que le hundiese (jejeje)
Sí, Carmen, a mí también me sorprendió la historia.
Y sí, aquí también la que hubiera dado picotazos habría sido una gaviota y no sólo en el mar, las hay por toda la ciudad. Una plaga cuando suben a buscar comida.
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