Pensad en Troya.
La historia es
conocida. El viento
de la destrucción arrasando
sus murallas, el hierro griego que traspasa
la carne de sus hijos, la peste de la muerte,
los alaridos bestiales de Casandra.
Y recordad entonces algo.
Ni en la última hora
pudieron los troyanos
condenar a la mujer que les trajera
su aniquilación.
Culpaban a los dioses.
Y en el abismo del horror aún conservaron
el sueño que los había deslumbrado
ante Helena.
Y perecieron.
Y pereció su estirpe.
Sin que ninguno se atreviera
a condenar a la Belleza.
José María Álvarez
miércoles, 7 de marzo de 2007
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