lunes, 23 de junio de 2008

Yefim Bronfman



Tiene un torso macizo, es una fuerza de la naturaleza camuflada en una sudadera, alguien que ha entrado en el Cobertizo Musical al salir de un circo donde es el forzudo y que se sienta ante el piano como si fuese un desafío ridículo a la fuerza gargantuesca con la que se recrea. Yefim Bronfman no parece tanto la persona que va a tocar el piano como el operario de mudanzas que va a llevárselo. Yo nunca había visto a nadie tocar el piano como lo hace este judío ruso sin afeitar, bajo y robusto, como un tonel. Cuando terminó pensé que deberían tirar el piano, pues lo machaca, no le permite ocultar nada. Todo lo que contiene el instrumento sale afuera, y sale con las manos en alto. Y cuando lo ha hecho, cuando todo ha salido, hasta la última pulsación, el pianista se levanta y se va, dejando detrás nuestra redención. Tras un garboso ademán, se marcha de repente, y aunque se lleva consigo todo su fuego, una fuerza no inferior a la de Prometeo, ahora nuestras vidas parecen inextinguibles.
Philip Roth
La mancha humana

domingo, 15 de junio de 2008

Jane y Paul

“Ciertamente todos somos distintos con diferentes personas y cambiamos según el lugar y las circunstancias. Pero en el caso de Paul y Jane la diferencia era extremada. A las personas que les conocieron les impresionaron los aspectos concretos de su compleja personalidad y reaccionaron intensamente. Y Paul y Jane reaccionaban a su vez a la reacción de los otros, intensificándola.
Ellos, sin embargo, no se consideraban paradójicos, o, mejor dicho, comprendían y necesitaban las paradojas del otro. Si ella se quejaba, por ejemplo, de que él la entristecía, también era cierto que a veces necesitaba la tristeza de él para mantener la propia a raya. Si en determinado momento él era osado y ella timorata, en otro era exactamente a la inversa y la intrépida era ella.”

“Llevaban casados muchísimo tiempo pero seguían disfrutando de su mutua compañía. Era asombroso y conmovedor oírles hablar y reír en la habitación contigua como si acabaran de conocerse y estuvieran desplegando toda su inteligencia y simpatía para cautivar al otro.”
Millicent Dillon
Jane Bowles

jueves, 12 de junio de 2008

Cinco fragmentos

Al describir la debilidad de un personaje era inevitable exponer la suya propia; el lector no podía no conjeturar que estaba describiéndose a sí misma. ¿Qué otra autoridad podía tener ella? Sólo cuando un relato estaba terminado, todos los destinos resueltos y toda la trama cerrada de cabo a rabo, de suerte que se asemejaba, al menos en este aspecto, a todos los demás relatos acabados que había en el mundo, podía sentirse inmune y en condiciones de agujerear los márgenes, atar los capítulos con un bramante, pintar o dibujar la cubierta e ir a enseñar la obra concluida a su madre o a su padre, cuando estaba en casa.
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Un relato era simple y directo, no permitía que nada se interpusiese entre ella y el lector: no había intermediarios, con sus ambiciones privadas o su incompetencia, no había presiones de tiempo ni recursos limitados. En un relato sólo había que desear, bastaba con escribirlo y tenías el mundo; en una obra de teatro debías apañártelas con lo disponible: no había caballos, ni calles de un pueblo, ni costa. No había telón. Parecía evidentísimo ahora que era demasiado tarde: un relato era una forma de telepatía. Mediante el proceso de trazar símbolos de tinta en una página, enviaba ideas y sentimientos desde su mente a la del lector. Era un proceso mágico, tan ordinario que nadie se detenía a pensarlo. Leer una frase y entenderla era lo mismo; como en el caso de doblar un dedo, nada mediaba entre las dos cosas. No había una pausa durante la cual los símbolos se desenredaban. Veías la palabra castillo y allí estaba, a lo lejos, con bosques que se extienden ante él en pleno verano, con el aire azulado y suave del humo que asciende de la forja de un herrero y un camino empedrado que serpentea hacia la verde sombra…
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Podía escribir la historia tres veces seguidas, desde tres puntos de vista; lo que la emocionaba era la perspectiva de libertad, de verse exonerada de la lucha engorrosa entre el bien y el mal, los héroes y los villanos. Ninguna de las tres versiones era mala ni tampoco especialmente buena. No necesitaba enjuiciar. No tenía que haber una moraleja. Solo había que mostrar mentes separadas, tan vivas como la suya, luchando contra la idea de que otras mentes estaban igualmente vivas. No era solo la maldad y las intrigas las que hacían infeliz a la gente, sino la confusión y la incomprensión; ante todo, era la incapacidad de comprender la sencilla verdad de que las demás personas son tan reales como uno. Y sólo en un relato se podía penetrar en esas mentes distintas y mostrar que valían lo mismo. Era la única enseñanza que debía haber en una historia.
Seis decenios más tarde contaría que a la edad de trece años había recorrido en sus escritos una historia completa de la literatura, empezando con relatos derivados de la tradición europea de los cuentos populares y siguiendo por el teatro de simple intención moral, hasta llegar a un realismo psicológico imparcial que había descubierto por sí misma una mañana especial, durante la ola de calor de 1935.
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Creía saber describir bastante bien las acciones, y poseía el tranquillo del diálogo. Podía hablar de los bosques en invierno, y del siniestro muro de un castillo. ¿Pero cómo hablar de sentimientos? Estaba muy bien escribir Se sintió triste, o describir lo que hacía una persona triste, pero ¿cómo se describía la tristeza misma, cómo se pintaba de tal manera que se sintiese su cercanía enervante?
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La era de las respuestas claras había acabado. Al igual que la época de los personajes y las tramas. A pesar de sus bosquejos del diario, ya no creía realmente en los personajes. Eran recursos singulares que pertenecían al siglo XIX. El concepto mismo de personaje se basaba en errores que la psicología moderna había dejado al descubierto. Las tramas eran asimismo una maquinaría herrumbrosa cuyas ruedas ya no giraban. Un novelista moderno no podía crear personajes y tramas del mismo modo que un compositor moderno tampoco podía componer una sinfonía de Mozart. Lo que a ella le interesaba era el pensamiento, la percepción, las sensaciones, la mente consciente como un río a través del tiempo, y el modo de representar el flujo de su avance, así como todos los afluentes que lo engrosaban y los obstáculos que podían desviarlo. Ojalá lograse reproducir la luz clara de una mañana de verano, las sensaciones de un niño delante de una ventana, la curva y el descenso del vuelo de una golondrina sobre una charca. La novela del futuro sería distinta a todo lo que se había escrito en el pasado. Había leído tres veces Las olas, de Virginia Woolf, y pensaba que se estaba operando una gran transformación en la propia naturaleza, y que sólo la ficción, una nueva clase de ficción, podía capturar la esencia del cambio. Penetrar en una mente y mostrarla en acción, o siendo accionada, y hacerlo con un designio simétrico, constituía un triunfo artístico.
Ian McEwan
Expiación

lunes, 9 de junio de 2008

Según cierto filósofo

Según cierto filósofo llamado Heráclito, nada es constante, todo muta y no nos bañaremos 2 veces en las mismas aguas de este río que, en una imagen clásica, viene a ser la vida. En este sentido, es muy curiosa e ingenua la teoría hinduista de la reencarnación, ya que, en efecto, todo muta y a cada segundo morimos y nos reencarnamos, morimos y nos reencarnamos, etcétera. [Aparte, hay algo que aún no se entiende: la cuerda, el hilo, gracias a Ariadna, fue lo primero que conocimos como método eficaz para comunicarnos a distancia. Tardamos siglos en desprendernos de él hasta formalizar eficazmente las comunicaciones inalámbricas en antenas, códigos electromagnéticos y satélites inmediatos. Ahora están excavando las calles de todas las ciudades a fin de cablearlas [fibra óptica o equivalentes], y esta vuelta al origen, al hilo de Ariadna, no es sólo simbólica pues constantemente hay que detener las excavaciones al encontrarse restos de conductos antiguos, alcantarillados griegos, calzadas romanas: primigenios cableados. Esto, en cierto modo, sí que constituye una auténtica reencarnación hinduista, pero de lo inorgánico.] [Aunque ya digo, aún no se entiende.]
Agustín Fernández Mallo
Nocilla Experience