jueves, 19 de febrero de 2009

Haworth: noviembre de 1904

No sé si las peregrinaciones a los santuarios de personas famosas deberían condenarse por ser unos viajes sentimentales. … La curiosidad sólo es legítima cuando la casa de un gran escritor o el país en que se encuentra añade algo a nuestra comprensión de sus libros. Esto justificaría una peregrinación a la casa y el paisaje de Charlotte Brontë y sus hermanas.
… La Vida, de Mrs. Gaskell, nos procura la impresión de que Haworth y las Brontë de alguna manera están inextricablemente entrelazadas. Haworth es una expresión de las Brontë y las Brontë son una expresión de Haworth: encajan como un caracol dentro de su cáscara. Yo no soy quién para preguntar hasta qué punto lo que nos rodea afecta el pensamiento de la gente: superficialmente, la influencia es grande, pero vale la pena preguntarse si, en caso de que la famosa rectoría hubiese estado emplazada en un barrio pobre de Londres, las guaridas de Witechapel no hubieran dado el mismo resultado que los solitarios páramos del condado de York.
… En lo alto del páramo, y a un lado, hay una larga hilera de casas que se arraciman alrededor de la iglesia y la vicaría con un pequeño grupo de árboles. En la cima, el interés para un amante de las Brontë se hace súbitamente intenso. La iglesia, la rectoría, el Museo Brontë, el colegio donde enseñó Charlotte, y el Bull Inn donde bebió Branwell se encuentran a un tiro de piedra respectivamente. El museo es, al menos en parte, una pálida e inanimada colección de objetos. Debería hacerse un esfuerzo para mantener ciertas cosas fuera de estos mausoleos, pero a menudo hay que elegir entre éstos y la destrucción, por lo que debemos estar agradecidos al cuidado con que se ha preservado mucho de lo que es, en todos los conceptos, de gran interés. Hay allí varias cartas manuscritas, dibujos a lápiz y otros documentos. Pero la vitrina más conmovedora -tan conmovedora que casi sientes reverencia al contemplarla- es la que contiene pequeñas reliquias personales, vestidos y zapatos de las difuntas mujeres. El destino natural de semejantes objetos es que mueran antes que el cuerpo que los vistió, y porque éstos, aunque insignificantes y fugaces, han sobrevivido, la mujer Charlotte Brontë cobra vida y uno olvida el hecho básicamente memorable de que era una gran escritora. Sus zapatos y sus vestidos de ligera muselina la han sobrevivido. Otro objeto nos impresiona: el pequeño taburete de roble que Emily llevaba consigo en sus solitarios vagabundeos por los páramos, y en el que no se sentaba para escribir, según dicen, sino para pensar, lo que probablemente era mejor que su escritura.
… La casa en sí es exactamente la misma que era en tiempos de Charlotte, excepto que le han añadido otra ala. Es fácil advertir la existencia de ésta, y la rectoría aparece cuadrada, como una caja, construida con la piedra marrón amarillenta que se extrae de los páramos que hay detrás, exactamente como era cuando Charlotte vivió y murió aquí. Naturalmente, en el interior hay muchos cambios, aunque no tantos como para oscurecer la forma original de las habitaciones. No existe nada notable en una rectoría de plena época victoriana, aun cuando la ocupara un genio, y la única estancia que despierta curiosidad es la cocina, que ahora se utiliza como antecámara, en la que deambulaban las muchachas mientras concebían su obra.
…“El aguijón de la muerte es el pecado, y la potencia del pecado, la ley. Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo.” Es la inscripción colocada entre sus nombres, y con razón; porque por dura que fuera la lucha, Emily, y Charlotte por encima de todos, lucharon por la victoria.
Virginia Woolf
Viajes y viajeros

martes, 17 de febrero de 2009

Un poema de Antonio Martín

Yo creo que un día
encontré lo que buscaba:

en árbol, cuando recogí una fruta,
en mujer, cuando me enamoré,

en rama, cuando me subía a los árboles,
en mesa, cuando disfruto de manjares y compañía,
en pájaro, cuando vuelo por el pensamiento,
en ojos, cuando la miro,
en palabras, cuando le hablo y me habla.

Yo quiero vivir muchos años.
Antonio Martín Ortiz

lunes, 16 de febrero de 2009

Yo creo que algún día

Yo creo que algún día
he de encontrar lo que busco,
en árbol, en mujer,
en rama, mesa, pájaro,
en ojos, en palabras.
Yo creo que viviré hasta ese día.
Susana Thénon


Es mi último descubrimiento en poesía.
Os dejo este enlace.

viernes, 13 de febrero de 2009

Rowena

Rowena, nuestra lady Rowena (sir Walter Scott ocupaba un lugar preponderante en las lecturas de David y Deborah) alcanzó un esplendor regio. Los matices de gris, de blanco, los toques de azul grisáceo brillaban incluso a la luz de la luna. Nos proporcionó un adiestramiento completo. Un bobtail se hace notar, puede ser exigente, de forma amable o altiva, veinticinco horas al día. No es posible expresar con palabras cómo hasta su sueño llenaba la casa de un tibio zumbido, de un grado de presencia que lo invadía todo. Rowena nos enseñó que el pegote que le colgaba de la pata no era una herida abierta -por supuesto habíamos ido corriendo al veterinario muertos del susto- sino simplemente barro helado. Por aquel entonces yo daba clase en el extranjero, yendo y viniendo. Ella se entristecía y se le erizaba el pelo al ver mi equipaje, y acudía excitada a la puerta a la hora a la que yo salía del aeropuerto de Ginebra para regresar a casa (los seres humanos emiten olores de expectación). La despedida tiene su aroma. Los antepasados de Rowena eran los mismos que los de los perros trabajadores que arrean el ganado en las tierras altas galesas. Pero las contritas vacas que veíamos en nuestros paseos por la orilla del río Cam le infundían cierto temor. Los matices de sus actitudes cuando se encontraba con otros perros eran tan variados y jerárquicos como cualquiera que figure en el almanaque Gotha. Reconocía como a su igual a un soberano setter irlandés, exhibía una consideración un tanto condescendiente con el labrador, visiblemente sagaz, que vivía más abajo en nuestra calle. Los perrillos ladradores, los lebreles que aparecían alguna que otra vez y los spaniels suscitaban en ella un desdén más o menos benigno. Los perros tienen pesadillas: Rowena temblaba en sueños, se despertaba perpleja y se agazapaba a mi lado buscando consuelo. La más ligera aflicción podía desencadenar una manifiesta melancolía. No hay una cosa que aflija más en el mundo que ver un bobtail desconsolado o incomprendido. Una vez, y sólo una vez, la llevamos a una residencia canina. Rowena se tumbó en el camino que conducía a la verja y no se movió de allí. Mi mujer y yo nos miramos, culpables, los niños se echaron a llorar, y se acabaron las planeadas vacaciones. Nunca olvidaré el sentencioso semblante de habernos perdonado que lucía la perra al subir de nuevo al coche de un salto. Por lo general, esta exigente raza no vive más de diez o doce años. Mi mujer, que nunca había tenido un cuadrúpedo de ninguna especie, se convirtió en una cuidadora experta y muy perceptiva (¡es también una gran historiadora, pero eso parece más rutinario!). Rowena vivió hasta los dieciséis años. Cuando, en el transcurso de un paseo vespertino, nos hizo ver que sus fuerzas decaían, tuvimos que llevarla a que la sacrificaran. Me faltó el valor por completo. Zara estuvo con ella hasta que se durmió. Después, nos sentamos en el coche, dominados por la pesadumbre. Se había hundido un mundo.
George Steiner
Los libros que nunca he escrito

jueves, 12 de febrero de 2009

Cuadernos

Me gusta mucho Millás como articulista, de vez en cuando lo releo en esta página.
Os dejo mi lectura de hoy.
Y también os dejo este enlace que encontré en el blog de nán.


Los cuadernos venden, por eso ocupan espacios tan visibles en las tiendas de los museos, donde los hay de todas las formas y todos los colores. Los persigo con menos gusto desde que Paul Auster los pusiera de moda en una novela y su captura deviniera en un deporte de masas. Los amaba, en cambio, cuando el resto de la población los detestaba del mismo modo que me amo a mí mismo cuando me insultan, aunque me odio si me halagan. Se trata de una patología muy común, cuyo nombre no me viene ahora mismo a la cabeza. ¿Y qué es lo que tiene dentro un cuaderno? Nada, de ahí su encanto. Si llenaran sus páginas de ecuaciones, recetas de cocina o discursos, no los compraría nadie porque ya no serían cuadernos, sino libros. ¿A quién le interesa un libro? La circunstancia de que estén llenos de nada significa que imaginariamente están llenos de todo.
Conservo un buen número de maquetas de libros que me regalan mis amigos editores. El hecho de que sus páginas permanezcan en blanco significa que están listas para recibir una obra maestra. Hay cierto aire furtivo en la expresión con la que adquirimos un cuaderno y nos lo llevamos a casa. Ahora os vais a enterar, parece que decimos, imaginando ya el momento en el que el bolígrafo se deslizará suavemente por sus páginas levantando un poema genial. Ese momento no llega nunca, por supuesto. Ni falta que hace. Los momentos comienzan a ser un problema cuando llegan. Las aspiraciones cumplidas incluyen, sin excepción, una glándula liberadora de hiel. Y no se vive de ellas. Se vive de las promesas, de las vísperas, de los proyectos. Lo que representa un cuaderno es precisamente un proyecto. Una colección de cuadernos vacíos son, en potencia, unas obras completas magistrales. Así que cuando muera y alguien se haga cargo de mi colección, heredará con ella una obra genial no escrita.
Juan José Millás
El País, 28-12-2007

miércoles, 11 de febrero de 2009

Una canción para Carmen Moreno



Carmen, ya te la regalé una vez, pero ahora que estás en Madrid, vuelvo a hacerlo.
Trocitos de Cádiz para una poeta gaditana lejos de su tierra.

Una canción para Flavia Company

Porque algunos de sus personajes me han mostrado otra manera de vivir. Porque ni una sola de sus obras me ha defraudado y seguir su trayectoria literaria es uno de mis mayores alicientes como lectora.
Sirva esta canción para mostrarle mi agradecimiento.
He dudado, pero como nació en Argentina y menciona este tango en Círculos en acíbar, aquí lo dejo junto a un fragmento del libro.



“Café soluble, dos cucharaditas. Sin azúcar siempre. Agua bien caliente, sin que llegara a hervir. Revolver. Qué cansado estaba, cómo lo agotada que sólo de derecha a izquierda o de izquierda a derecha pudiera dársele vueltas al café. Un día pensó: “revolver”, y en la segunda sílaba un acceso de tos lo obligó a acentuarla. Y entonces “revólver”. Mover cosas que están juntas o una cosa disgregada, de modo que esas cosas cambian de posición o se mezclan, de pronto pistola de varios cañones o de uno solo con varias recámaras en un cilindro giratorio. Eso sí cambiaba las cosas. Oscuro orificio redondo de fuego. Ana. De fuego. Ana. El día menos pensado me prenderá fuego con sólo acercarme a ella, pensaba, me incendiaré y un domador de fieras me utilizará como aro ígneo en sus espectáculos de circo, del latín, circus, círculo. Ana otra vez. Pescadilla que se muerde la cola: tautología. O sea, el círculo vicioso: defecto en el raciocinio. Pudiera ser. Él mismo era un círculo vicioso.

y amargura del sueño que murió.

“Sur” pensó antes de que sonara- “paredón y después”, sur, lejano ostro: yo al oeste, por donde se pone el sol, donde se conoce la esencia del ocaso.
Le dio vueltas y más vueltas al café, bebida morena y amarga que prefería a todas las demás. Como a Ana. También la prefería a todas las demás, que ni siquiera existían. En cierto modo Ana era como el café, morena y amarga. Y él se la habría bebido, la habría sentido descender por su garganta, incandescente, abrasándolo todo, por entero. Y a sus quemaduras las habría llamado Ana. Ana, prefijo de negación y de intensificación, su propio prefijo. Anadipsia.”
Flavia Company
Círculos en acíbar

Otro descubrimiento



Gracias, nán. Me encanta.

martes, 10 de febrero de 2009

Una canción para Vila-Matas

Hago una primera lectura con avidez, luego, vuelvo a tomar el libro, en los márgenes aún no hay nada y es cuando, lápiz en mano, comienza mi diálogo con él. Comentarios, anotaciones, subrayados, coincidencias… Sonrío.
Me gustaría decirle cuánto suponen sus libros para mí, cómo me abren caminos y de qué modo sumergirme en lo que escribe y seguirle es una aventura que temo terminar cada vez que me acerco a las últimas páginas. Nunca tengo suficiente.
Decirle todo eso es imposible, así que voy a dejar aquí una canción de un grupo que le pone de buen humor. Es mi manera de darle las gracias.



“Aquí estoy en mi cuarto habitual, donde me parece haber estado siempre. Como en tantas mañanas de mi vida, me encuentro en casa escribiendo. Suena, contundente, la música de Be My Baby, cantada por The Ronettes. Cuando tenía diecisiete años era mi canción favorita. De pronto, oigo perfectamente que alguien acaba de llegar en ascensor al rellano. Pero es extraño. Quien ha llegado no llama a ninguna de las cuatro puertas, ni se dispone a abrir ninguna de ellas. Es como si se hubiera quedado indeciso, aturdido o simplemente inmóvil ahí. Llevo tantos años en esta casa que controlo muy bien los sonidos que se producen cerca de mi puerta. Pasan casi dos minutos hasta que, exactamente cuando termina la canción, llaman a mi timbre. Abro. Veo a un hombre de parecida edad a la mía. Es el mensajero de una editorial y ha venido para entregarme un libro. Me lo da y le firmo en un papel. “Las Ronettes…”, susurra melancólico el hombre. “Me ponen de buen humor”, le comento sin mostrarme sorprendido -aunque lo estoy- de que conozca a The Ronettes. Sonrío, me despido, cierro la puerta despacio, con la amabilidad acostumbrada. Me quedo escuchando detrás de la puerta y noto que el hombre no entra en el ascensor. Puede que haya vuelto a quedarse inmóvil en el rellano. Seguramente se ha quedado apoyado en una pared, roto, deshecho de nostalgia y hasta llorando, esperando a que vuelva a ponerle Be My Baby.”
Enrique Vila-Matas
Dietario voluble

sábado, 7 de febrero de 2009

Bambino y Pitingo





Para A. que los canta a voz en grito mientras conduce.
Son iguales y distintos, dice.
Estoy aprendiendo.
¡Oléeeeee!
¡Ehhjeeeeeeee!
¡Vaaaaaaaaa!
¡Eleeeeeeeeeeee!
¡Aleeeeeeeeee!
¡Yaaaaaa!
¡Heeeeeeee!
¡Daleee!
¡Uhhjuuuuuuu!
¡Arsaaaaaaa!
¡Huyeeeeeeeee!
¡Eaaaaaaa!
¡Ehjeeeeeeeeeeeee!
¡Oléeeeee!

viernes, 6 de febrero de 2009

Dos de Guillermo Fesser

Quiero una hamburguesa. Eso es todo. Pero resulta imposible pedirla de un modo sencillo, por favor, quiero una hamburguesa, sin que la camarera te someta a un examen oral, tipo MIR, en el que te bombardea con un chorro de cuestiones con respuestas multiopcionales que tienes que ir solventando a tiempo real. Si te retrasas se impacienta la camarera. Si dudas se inquietan el resto de los comensales.
Lo suelto: Quiero una hamburguesa. Muy bien, ¿y cómo la quieres? Rare, medium, done or well done? Te lo dije. Yo sé que la quiero poco hecha, pero tampoco ensangrentada como las perlas de Alaska y Dinarama. Le digo: Medium, pero un poco rare. O sea… ¿medium-rare? Correcto. Primera prueba superada. Espérate que no ha empezado lo bueno. El pan. White, rye, whole wheat or French bread? Blanco, de centeno, de trigo o francés. De trigo, por decir algo. In a roll or in a bun? Por favor… Pido el bun que es el bollito de hamburguesa de toda la vida. Estupendo, ¿algún ingrediente extra? ¿Queso, cebolla, lechuga, tomate, pepinillo? Cebolla, lechuga y tomate, gracias. La hamburguesa viene con un plato de patatas a elegir. Vale. Ya, pero ¿las quiere al alioli o fritas? Fritas. ¿Ensalada? Sí, un plato de ensalada. ¿De pasta o de hortalizas? Dios, verde; una ensaladita verde. ¿Con qué tipo de aliño? ¿Italiana, vinagreta, salsa rosa, estilo mil islas o salsa ranchera? Ah… Aceite de oliva y vinagre de Módena, la italiana. Gracias. De nada.

*****
En la costa este cuando adquieres una parcela te conviertes en el propietario de todo el terreno. Si aparece un tesoro es tuyo. En el Oeste, sin embargo, los españoles aplicaron el concepto que regía en el Imperio: el derecho de propiedad se extendía hasta un metro por debajo de la superficie y, desde allí hasta el magma, le pertenecía a la Corona. Esto no significa que el gobierno sea dueño de todo el subsuelo de Tejas, Arizona o Colorado; pero implica que en esos estados una misma parcela puede tener dos propietarios. La gente ha ido comprando y vendiendo sin ser consciente de que, a veces, en el contrato no se incluían los derechos minerales. Como a nadie le afectaba, tampoco existía motivo para la preocupación. La sorpresa llega ahora que, con la angustia de desligarse de la dependencia del petróleo, las prospecciones en busca de gas natural se multiplican como hongos. Rancheros que poseen terrenos maravillosos descubren que no pueden impedir que les agujereen el pasto y les coloquen las torres. Les destrozan el paisaje sin nada a cambio. Las compañías petroleras llegan con una orden de explotación firmada por los dueños del subsuelo y, con ella en la mano, la ley los autoriza a actuar siempre y cuando se alejen a una distancia mínima de ciento ochenta metros de la vivienda.
Guillermo Fesser
A cien millas de Manhattan