viernes, 13 de febrero de 2009

Rowena

Rowena, nuestra lady Rowena (sir Walter Scott ocupaba un lugar preponderante en las lecturas de David y Deborah) alcanzó un esplendor regio. Los matices de gris, de blanco, los toques de azul grisáceo brillaban incluso a la luz de la luna. Nos proporcionó un adiestramiento completo. Un bobtail se hace notar, puede ser exigente, de forma amable o altiva, veinticinco horas al día. No es posible expresar con palabras cómo hasta su sueño llenaba la casa de un tibio zumbido, de un grado de presencia que lo invadía todo. Rowena nos enseñó que el pegote que le colgaba de la pata no era una herida abierta -por supuesto habíamos ido corriendo al veterinario muertos del susto- sino simplemente barro helado. Por aquel entonces yo daba clase en el extranjero, yendo y viniendo. Ella se entristecía y se le erizaba el pelo al ver mi equipaje, y acudía excitada a la puerta a la hora a la que yo salía del aeropuerto de Ginebra para regresar a casa (los seres humanos emiten olores de expectación). La despedida tiene su aroma. Los antepasados de Rowena eran los mismos que los de los perros trabajadores que arrean el ganado en las tierras altas galesas. Pero las contritas vacas que veíamos en nuestros paseos por la orilla del río Cam le infundían cierto temor. Los matices de sus actitudes cuando se encontraba con otros perros eran tan variados y jerárquicos como cualquiera que figure en el almanaque Gotha. Reconocía como a su igual a un soberano setter irlandés, exhibía una consideración un tanto condescendiente con el labrador, visiblemente sagaz, que vivía más abajo en nuestra calle. Los perrillos ladradores, los lebreles que aparecían alguna que otra vez y los spaniels suscitaban en ella un desdén más o menos benigno. Los perros tienen pesadillas: Rowena temblaba en sueños, se despertaba perpleja y se agazapaba a mi lado buscando consuelo. La más ligera aflicción podía desencadenar una manifiesta melancolía. No hay una cosa que aflija más en el mundo que ver un bobtail desconsolado o incomprendido. Una vez, y sólo una vez, la llevamos a una residencia canina. Rowena se tumbó en el camino que conducía a la verja y no se movió de allí. Mi mujer y yo nos miramos, culpables, los niños se echaron a llorar, y se acabaron las planeadas vacaciones. Nunca olvidaré el sentencioso semblante de habernos perdonado que lucía la perra al subir de nuevo al coche de un salto. Por lo general, esta exigente raza no vive más de diez o doce años. Mi mujer, que nunca había tenido un cuadrúpedo de ninguna especie, se convirtió en una cuidadora experta y muy perceptiva (¡es también una gran historiadora, pero eso parece más rutinario!). Rowena vivió hasta los dieciséis años. Cuando, en el transcurso de un paseo vespertino, nos hizo ver que sus fuerzas decaían, tuvimos que llevarla a que la sacrificaran. Me faltó el valor por completo. Zara estuvo con ella hasta que se durmió. Después, nos sentamos en el coche, dominados por la pesadumbre. Se había hundido un mundo.
George Steiner
Los libros que nunca he escrito

4 comentarios:

ANTONIO MARTÍN ORTIZ. dijo...

Ante tan linda perrita y tan cariñosa, aunque con triste final, no ùedo reprimir las ganas de repetir aquí (porque está ya en mi "Blog" el epigrama de Marcial (I,109) dedicado a la perrita "Issa" Dice así:

Isa es más picaruela que el gorrión de Catulo.
Isa es más pura que el beso de una paloma.
Isa es más cariñosa que todas las niñas.
Isa es más preciosa que las perlas de la India.
Isa es la perrita de Publio, sus delicias.
Si se queja, creerás que habla.
Siente la tristeza y el gozo.
Apoyada sobre su cuello, se recuesta y coge el sueño,
de suerte que no se la oye ni respirar.
Y, obligada por la necesidad del vientre,
jamás ha ensuciado ni con una gota un cobertor,
sino que llama la atención delicadamente con su patita
y avisa que la bajen del diván y pide que la suban.
Hay tanto pudor en esta casta perrita,
que no conoce a Venus y no hemos encontrado
un marido digno de tan delicada doncella.
Para que el día supremo no se la robe del todo,
Publio la ha retratado pintada en una tabla:
en ella verás una Isa tan semejante,
que ni ella misma es tan parecida a sí misma.
En una palabra: si pones a Isa junto a su retrato,
ora pensarás que las dos son la de verdad,
ora pensarás que las dos son su retrato

nunuaria dijo...

Marcial describe a Issa con la misma ternura que Steiner habla de Rowena.
Antonio, gracias, es precioso.

NáN dijo...

Si hay algo de lo que me cuesta hablar sin empocionarme es del perro que tuve.

Qué texto el de Steiner. Graias Nunuaria.

nunuaria dijo...

nán, nosotros tuvimos una cocker spaniel dorada, guapísima y muy inteligente y cariñosa.
La queríamos muchísimo.
Sí, puse el texto de Steiner porque emociona la forma en que habla de Rowena. Supongo que todos los que hemos tenido perro hablamos de ellos con la misma emoción y ternura.